… No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a donde- quiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos.” Rut 1:16-17
Imagínense tener que migrar a otro país donde no se conoce a nadie y con pocos recursos, si es que los hay. Agreguemos a eso una tragedia como la pérdida de un ser querido. Quizás pueda creer que estoy hablando de un refugiado o inmigrante actual ya que ese escenario podría, ciertamente, describir a muchas personas hoy en día, especialmente, a los refugiados que están huyendo de Ucrania. En realidad estoy pensando en el relato bíblico de Ruth porque, últimamente, me ha atraído esta increíble historia de pérdida, amor y lealtad.
Esta historia tiene muchos aspectos sobresalientes para esta edición de “Proclamando”. Ruth, después de la muerte de su suegro, de su cuñado y de su esposo decide abandonar su patria y apoyar, con toda su alma, a su suegra Naomi. Convierte todo su ser de un lugar de desesperanza sobre la tierra, la gente a un lugar de esperanza (Rut 1:16-18). Después de que uno de los líderes y ancianos de la ciudad de Belén (Booz) la acepta y amorosamente la ayuda y protege (Rut 2:8-13) ella es bienvenida en dos familias:
1) la de Booz, Salmón, y volviendo a Judá (Rut 4:11-12); y 2) la de la familia judía.
Esta mujer, que una vez fue forastera en una tierra extraña, buscando comida, se convierte en: 1) la esposa de uno de los líderes y fundadores de Belén; 2) la bisabuela del rey David (Rut 4: 17-21); y 3) parte de la línea ancestral de Cristo Jesús.
Hoy, miles y miles de personas están dejando sus países de origen y viniendo a los Estados Unidos con esperanza en sus corazones. Tenemos muchas oportunidades para compartir el hermoso Amor de Cristo y el Mensaje del Evangelio con las naciones que ahora se han convertido en nuestros vecinos. Estamos viendo un multitudinario aumento de la población con personas de diferentes nacionalidades que hacen de Virginia su hogar.
Estas son algunas buenas preguntas para hacerse, tanto ministeriales como personales:
¿Somos receptivos y abiertos para acercarnos a personas de otras naciones a fin de averiguar si tienen alguna necesidad física o espiritual?
¿Estamos aceptándolos como a aquellos que ya son parte de nuestra familia de la iglesia?
¿Estamos listos para presentarles a nuestro Creador de Todo y de todos nosotros, de cada raza y nacionalidad y en oración darles la bienvenida a la familia de Dios?
Debemos recordar que esto es mucho más importante que un simple país de origen o nacionalidad. ¡Tiene que ver con la eternidad!. Al abrir nuestros corazones e iglesias a las naciones, en realidad, estamos labrando el camino para que sean acogidos en la familia de Dios. ¡Cuanta bendición y celebración sucede cada vez que alguien acepta a Jesús en su corazón!. Cada nuevo creyente tiene el increíble privilegio de ser un hijo de Dios más -coherederos con Jesucristo- y siempre estaremos unidos como la familia de Dios que somos, adorando y alabando juntos al Rey de Reyes y Señor de Señores. (Apocalipsis 7: 9-10)
Brandon Pickett
Carta del Editor